Hace
mucho tiempo vivía una gacela que era muy hermosa, pero también muy
vanidosa.
El cuidado de su belleza le llevaba buen tiempo.
A cada instante consultaba al espejo del lago: “¿Estoy hermosa?” ...
“¿Qué opinas, amigo lago?” ...
El tranquilo lago reflejaba la imagen de la coqueta y continuaba en su
indiferente descanso.
Un día, la gacela regresaba de casa de doña ardilla, donde con mucha
prolijidad le habían barnizado su pelaje hasta dejarlo brillante como un
cristal.
Preocupada por si el sol dañaría el barniz recientemente aplicado, se
dijo: “Si me expongo al sol, mi barniz perderá su brillo; me guareceré
debajo de este nogal y esperaré hasta que el sol se esconda tras el
horizonte”.
El nogal, que es muy bromista, quiso hacerle una jugarreta y sacudiendo
sus ramas, en pocos instantes la cubrió de hojas secas que quedaron
pegadas al pelaje recién pintado.